Oscar Masotta

Oscar Masotta nace el 8 de Enero de 1930. Se inicia en la disciplina del comentario de textos a través de sus lecturas de Jean-Paul Sartre, Maurice Merleau Ponty y los autores que publicaban en Les Temps Modernes. Estudia filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras y despliegan una intensa actividad en el mundo universitario. En 1965, publica Sexo y Traición de Roberto Arlt, ensayo de crítica literaria en el que anuncia una intención que guiará su lectura: dejar que la obra hable a través de la descripción de ese punto límite en que su estructura interna se toca con el lector, en un punto virtual de emanación de sentido, pero sin conceptualizar ni volver a explicar las significaciones latentes. Posteriormente en 1968 publicará Conciencia y Estructura e insistirá en la importancia de que la transmisión guarde una fuerza de impacto, inseparable del tema. Se puede registrar allí, un punto de inflexión en su desarrollo intelectual. Dividido en “Crítica y literatura”, “Estética y vanguardia” y “Comunicación de masas”, esta clasificación comprende el recorrido de su producción en esos tiempos, señalando en dos artículos el interés creciente de Masotta por el Psicoanálisis. Uno de ellos, testimonia el momento en el que Jean-Paul Sartre todavía era su referencia fundamental, “La Fenomenología de Sartre y un trabajo de Daniel Lagache” y el otro, “Jacques Lacan o el inconsciente en los fundamentos de la filosofía”, marca su pasaje al psicoanálisis luego de un encuentro con los textos de Jacques Lacan. Ese encuentro y sus estudios de semiología, filosofía, crítica literaria, estructuralismo, sumados al peculiar fenómeno argentino de los grupos de estudio, transforma a Masotta en el referente más importante de la enseñanza del psicoanálisis lacaniano en Argentina, además de señalarlo como el primero.

Es de destacar que cuando la realidad argentina lo conduce al exilio, Masotta continúa su infatigable actividad a través de promover la difusión del psicoanálisis en España y otros países europeos, hablando para distintos tipos de audiencia – médicos, psiquiatras, psicólogos, pediatras, trabajadores sociales, estudiantes -, según sus palabras, “haciendo uso de palabras sencillas pero sin banalizar las ideas: devolviendo así a las palabras la capacidad de asombrar”.

Masotta destaca: < ¿Qué significa leer a Freud? Nos proponemos construir sin alejarnos demasiado de la manera de hablar de Freud, una referencia de base que podría permitirnos una lectura de ida y vuelta hacia el texto y sus fundamentos. (…) Un seminario se lleva a cabo con palabras que no son ajenas a la teoría, pero ahí donde unos gestan el concepto al contacto con el ejemplo – aclara que él no diría de la experiencia -, Freud puede, una y otra vez, pensar el concepto y volver, sin referencia al ejemplo, a eso que lo fundamenta. Se tratará entones de no dejar de señalar el límite que el concepto no podría franquear sin destruir los fundamentos de la teoría psicoanalítica, Freud opera superponiendo discursos que pertenecen a niveles distintos, con datos y conceptos que pertenecen a otros campos para, simultáneamente, volver al propio. Sus hipótesis dependen tanto de los supuestos como de una suerte de bricolage de los discursos, de diferentes niveles, en una articulación. (…) Pero, seamos sencillos, no se puede hablar sobre la función del padre manteniéndose en un solo nivel del discurso. La cuestión aquí es un problema de discursos.

Esa función remite a un campo cuya consistencia permanece a distancia de los objetos que en la vida de todos los días nos parecen meramente reales, sean éstos representaciones o imágenes >.

En Introducción a la lectura Jacques Lacan, Masotta se pregunta: < ¿Cómo comenzar a hablar de Jacques Lacan sin traicionar eso mismo cuya puerta no es fácil y cuya práctica – la práctica de su lectura – constituye el único medio de acceso a su acceso? ¿Cómo hacerse entender por una audiencia que carece de esa práctica? Lacan me contestaría: su dificultad es su audiencia, pero si usted se intimida no es seguro que su audiencia esté intimidada. O bien, y suponiendo que lo esté, la cuestión no cambia en ambos casos el peligro reside en el personaje con el cual usted tendería a identificarse. Pero se dirá el único culpable es el mismo Lacan, la dificultad de su estilo. (…) Nosotros evadiremos aquí la cuestión. Diremos sencillamente que su estilo es difícil. Pero no es necesario leer los textos de Lacan para darse cuenta de que el mismo no lo ignora, ya que por un lado otorga a su estilo carácter, si no pedagógico, al menos formativo, de sanción de una enseñanza y de un aprendizaje, mientras que por otro lado no deja jamás de indicarnos ciertas claves para sus dificultades y su comprensión. Solamente que esas claves son circulares: para entender a Lacan no solo es necesario un cierto contacto continúo con su estilo, convertir en hábito su lectura, sino leerlo simultáneamente desde la perspectiva de su propia teoría, la misma hacia la que conduce su estilo. En la prosa de Lacan, las palabras no son transparentes. Pero tampoco las palabras eran transparentes para Freud; y por lo mismo, tampoco lo son en la teoría lacaniana. Pero decir que las palabras no son transparentes ni en la prosa ni para la teoría lacaniana no significa sin más afirmar que sean opacas. Lo son, pero se trata de otra cosa…>.